viernes, 13 de julio de 2012

anecdota

LLORA, SUEÑA Y CONFÍA


Siempre creí que pensar positivamente ayuda a ver la vida desde otra perspectiva, que si lo quieres y crees en ello, lo consigues; que la mente y los pensamientos lo puede todo; pero hay veces en que ignoro a mis sentimientos, y lo cierto es que de algún modo siempre llegan a salir. La verdad tengo miedo al tiempo, a crecer y darme cuenta que todo cambió, con los años aprendí nuevas cosas; pero también perdí muchas otras, perdí mis privilegios y fantasías de niña, perdí también a mucha gente que quise y que amo todavía; aún así siempre luché por lo que quería, porque entendí que es mejor sonreírle a los problemas.
Pero mi mundo idealista y soñador se chocó con una dura realidad, el cáncer rompía con la tranquilidad en mi familia; nadie sabía y nunca se dijo nada de ello. La última vez en que vi a mi tía, fue poco después de mi ingreso a la universidad, cuatro meses después la volví a ver; pero esta vez en la cama de un hospital. Resulta irónico como puedes ver reír a una persona de lo más feliz, sin imaginarte el dolor que lleva dentro, y más aún sin siquiera sospechar que sería el último momento de risas que juntos compartirían.
La noticia del estado de salud fue una verdadera sorpresa, era cáncer de estómago, las interrogantes empezaron a surgir; pero ninguna tuvo respuesta. Al verla, no podía creerlo, siempre se caracterizó por ser delgada; pero ello era demasiado, su piel casi pegada a los huesos, con tubos que la atravesaban, totalmente demacrada, usando una peluca pues lo avanzado de la enfermedad hizo que perdiera el cabello, y siempre con una bandeja  a su costado para escupir y no ahogarse con su saliva. Tratábamos de conversar con ella, hacerla reír; pero las noticias no eran buenas y ella lo sabía, lloraba por sus hijas y todos lloraban por ella. A pesar de ello me mantuve fuerte, aparentemente, y si lloraba procuraba sea solas.
La mañana del martes 20 de julio del 2010, ella ya en su cama, sabía que era la hora y se despidió de sus vecinos y de sus hijas. Ocurrió lo que ya se esperaba, pero nadie quería aceptar; finalmente se llamó a los ocho hermanos: “Isabel a muerto”, todos viajaron para darle el último adiós, y nadie durmió durante tres días completos; el escenario fue lo peor que pude presenciar, jamás en mi vida vi llorar a mi padre de ese modo: frustración, dolor y desesperación envueltos en un des consolable llanto.
Jueves en la tarde, mis tíos cargaban el ataúd en sus hombros, y dentro de el a su hermana, la menor de tres mujeres; dejando atrás lo que había sido su hogar por tantos años, diciéndole adiós a la vida.
A muchos de mis familiares no los vi después de años, e incluso no los he visto desde esa vez. La verdad me parece tonto esperar un acontecimiento así para reunir a toda la familia, esperar la muerte para volver a encontrarnos, a vernos después de tanto tiempo, por qué perdernos los gratos momentos que solo se pasan en familia, aquellos únicos en la vida que solo suceden una vez. Lo contradictorio es que hay veces, muchas veces en que siento me pierdo de ellos; y por más que quiera y deseo no puedo recuperarlos, porque sé que cada vez que los veo algo ha cambiado en ellos, cuesta mucho no estar a su lado todos los días, llegar tan solo por un breve tiempo para luego sentir la pena de tener que partir y dejarlos a los dos solos, pidiendo que nada les pase y esperando el próximo fin de semana para velos de nuevo, dejando todo al destino, confiando en la vida, en mis padres, y principalmente confiando en Dios.

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