LLORA, SUEÑA Y CONFÍA
Pero mi mundo idealista y soñador
se chocó con una dura realidad, el cáncer rompía con la tranquilidad en mi
familia; nadie sabía y nunca se dijo nada de ello. La última vez en que vi a mi
tía, fue poco después de mi ingreso a la universidad, cuatro meses después la
volví a ver; pero esta vez en la cama de un hospital. Resulta irónico como
puedes ver reír a una persona de lo más feliz, sin imaginarte el dolor que
lleva dentro, y más aún sin siquiera sospechar que sería el último momento de
risas que juntos compartirían.
La noticia del estado de salud
fue una verdadera sorpresa, era cáncer de estómago, las interrogantes empezaron
a surgir; pero ninguna tuvo respuesta. Al verla, no podía creerlo, siempre se
caracterizó por ser delgada; pero ello era demasiado, su piel casi pegada a los
huesos, con tubos que la atravesaban, totalmente demacrada, usando una peluca
pues lo avanzado de la enfermedad hizo que perdiera el cabello, y siempre con
una bandeja a su costado para escupir y
no ahogarse con su saliva. Tratábamos de conversar con ella, hacerla reír; pero
las noticias no eran buenas y ella lo sabía, lloraba por sus hijas y todos
lloraban por ella. A pesar de ello me mantuve fuerte, aparentemente, y si
lloraba procuraba sea solas.
La mañana del martes 20 de julio
del 2010, ella ya en su cama, sabía que era la hora y se despidió de sus
vecinos y de sus hijas. Ocurrió lo que ya se esperaba, pero nadie quería
aceptar; finalmente se llamó a los ocho hermanos: “Isabel a muerto”, todos
viajaron para darle el último adiós, y nadie durmió durante tres días
completos; el escenario fue lo peor que pude presenciar, jamás en mi vida vi
llorar a mi padre de ese modo: frustración, dolor y desesperación envueltos en
un des consolable llanto.
Jueves en la tarde, mis tíos
cargaban el ataúd en sus hombros, y dentro de el a su hermana, la menor de tres
mujeres; dejando atrás lo que había sido su hogar por tantos años, diciéndole
adiós a la vida.
A muchos de mis familiares no los
vi después de años, e incluso no los he visto desde esa vez. La verdad me
parece tonto esperar un acontecimiento así para reunir a toda la familia,
esperar la muerte para volver a encontrarnos, a vernos después de tanto tiempo,
por qué perdernos los gratos momentos que solo se pasan en familia, aquellos
únicos en la vida que solo suceden una vez. Lo contradictorio es que hay veces,
muchas veces en que siento me pierdo de ellos; y por más que quiera y deseo no
puedo recuperarlos, porque sé que cada vez que los veo algo ha cambiado en
ellos, cuesta mucho no estar a su lado todos los días, llegar tan solo por un
breve tiempo para luego sentir la pena de tener que partir y dejarlos a los dos
solos, pidiendo que nada les pase y esperando el próximo fin de semana para
velos de nuevo, dejando todo al destino, confiando en la vida, en mis padres, y
principalmente confiando en Dios.
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